Lo reconozco. Soy tremendamente atractivo. Irresistible, me atrevería a decir. Si existe una hembra a un kilómetro a la redonda, viene a por mí. No importa que esté solo, cenando con mi novia, en un grupo de amigos, en el trabajo... siempre ocurre: me huelen en la distancia, me revolotean, me tantean, se aproximan, se alejan... pero estoy en su punto de mira.
Juegan conmigo. Me desean. Y su contacto siempre deja una huella en mi piel. Me pican y me desangran. No existe variación. Nunca. Jamás. No me dejan dormir y me levanto destrozado, con los ojos inyectados en mi preciada sangre.
Por eso escribo esto a estas horas de la mañana de un sábado. Son las 7:34.
Como odio a los mosquitos hembras con su trompa, que digo yo ¿no se podían hacer una ligadura de las mismas y dejarme en paz?
Nota: Lo de que los mosquitos hembra con su trompa son los que pican, lo aprendí del Trivial.
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