martes, 10 de marzo de 2009

UN MOCO CULINARIO

Estamos de obras en el piso nuevo. Como resulta que a los de la constructora se les ocurrió una idea distinta de cómo montar la cocina a como nos gusta a Lileth y a mí, nos toca currar. Y es que el precio de la albañilería está que ríase usted de los mejores neurocirujanos de los Estados Juntitos.


Pues nada... mi señor opá y yo, estamos picando paredes como Pepe Gotera y Otilio (yo soy Otilio) y eso suelta polvo (con perdón) como nada.


Así que se hace patente la función de los pelos de la nariz y la mucosidad para atrapar porquería.


Como la nariz se tapona con tanta suciedad, uno, que es algo cochinete, urgóse en el interior de la napia para extraer una muestra de lo que dentro se encontraba. Y como estaba en la futura cocina y recuerdo que en el patio de preescolar no eran pocos aquellos que hacían de la bolita de moco un manjar, tuvo a bien meterse en mi mente una idea singular:


Ese moco, de textura arenosa y color blanquecino, cual rebozado en harina de la más alta calidad, si fuese susceptible de ser comido, no tendría parangón en la alta cocina.

Aprenda usted, señor Adriá, que esto sí que es innovar.