Es algo que me gusta. Como estudiante de antropología, será una de mis asignaturas de libre configuración: arqueología.
Hoy nos hemos reunido una "cuadrilla" familiar, para extraer la bomba que, durante la nada desdeñable tira de años contados en lustros (5 lustros para ser más exactos), nos ha extraído agua del pozo y ha llenado depósitos, piscinas, calmado nuestra sed, satisfecho nuestra higiene, y tantas otras cosas necesarias... el agua, ese líquido elemento tan esencial en nuestra existencia.
Pero claro, tras 25 años de leal servicio, nos ha dado su último adios, y ha habido que sacarla de su placentero cubículo acuoso.
Una vez montado el andamio, en el cual hemos colocado unas poleas, comenzamos a izar la bomba, que pese a lo reducido de su tamaño, al ser de acero pesaba un quintal.. Maña y fuerza hicieron el resto, hasta que la bombita decidió salir, 50 metros (más más que menos) después. Al sacarla, esperábamos ciertos niveles de óxido y suciedad... pero extrajimos algo... distinto.
La apariencia de la máquina era igual que la de un cañón del siglo XVIII rescatado de un pecio de un galeón español. La carcasa exterior, totalmente oxidada, se caía trozos, con ese aspecto acartonado que posee el hierro vencido por la corrosión, con su color marrón anaranjado característico. Pues esa carcasa, ahora desaparecida, deja paso a ver el interior, bañado en aceite, con cierto olor que recuerda al petróleo. Pocas piezas de la misma han resistido el paso de los años, sin ningún tipo de mantenimiento, todo hay que decirlo.
Conservaremos la placa del modelo y las características que toda fábrica deja en sus máquinas.
Queda en paz, bombita, que bien nos has servido. Pondré fotos, si tengo oportunidad.
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